sábado, 3 de agosto de 2013

Ahí frente al Autana

Aparentemente dejé de ser una neófita en lo concerniente a turismo de aventura; excursiones, campamentos, naturaleza y emoción. Reconozco la fascinación que despertó en mí esta manera de conectarme con la idea de una Venezuela desconocida hasta el momento. He podido llegar a lugares mágicos, encantadores e inolvidables.

Sin embargo, algo cambió cuando me encontré con el Autana. No sé muy bien cómo explicarlo con palabras ordenadas o bonitas, tuve la sensación (y no ha dejado de acompañarme) de haber vivido un momento decisivo frente al cerro.

Convencí a dos amigos para hacer este viaje juntos, y allí estábamos los tres en Puerto Ayacucho (Edo. Amazonas) por primera vez, descubriendo un rincón lejano de nuestro país, cada uno con su equipaje y sus expectativas.

El grupo se agrandó antes de comenzar la excursión que nos llevaría a través del río hasta la comunidad de Ceguera, donde podría pasarme días enteros observando la majestuosidad del tepuy emergiendo sobre la selva inmensa sin ánimo de dominar pero con la autoridad necesaria para proteger todo cuanto le rodea.

Nuestros nuevos compañeros son un grupo de chamos citadinos, irreverentes y encantadores. En Puerto Ayacucho se sumaron otras chicas más, y ahora vamos juntos en este bongo sorteando varios ríos de diferentes colores, con la ilusión de conocer de cerca ese cerro sagrado.

Fueron sólo dos noches en Ceguera (campamento frente junto al río, frente al Autana), prácticamente un solo día completo en tierra firme. Aparentemente era suficiente para no dejar a nadie indiferente luego de esta experiencia.

Según nos contaron el Autana no puede escalarse por varias razones, a decir verdad yo tengo mi propia explicación. Nos cuentan que siendo el cerro Autana un lugar sagrado según la tradición piaroa (etnia que habita mayoritariamente esta zona), no está permitido acercarse demasiado a menos que los indígenas lo acepten. También porque es una pared vertical difícil de escalar, al menos para gente normal como yo, que no está en condiciones atléticas para amarrarse de unas cuerdas y hacer acrobacias. El punto es que nuestra excursión consiste en subir una montaña cercana (Wahari) y desde la cima poder “observar” el cerro. Debo decir que observar no es la mejor descripción para el encuentro cercano vivido ese día con el Autana, espero contar con las palabras exactas y suficientes para expresarlo.

Un solo día con su noche incluida bastó para enamorarme de este lugar. Temprano en la mañana del sábado embarcamos el bongo para atravesar el río en un brevísimo trayecto desde el campamento hasta la falda de la montaña, hicimos trasbordo hacia una pequeña curiara donde cabíamos máximo 6 personas, con nuestro guía piaroa al remo acercándonos a la orilla. Allí comenzaba el camino que emprendimos disfrazados de niños. Todos revivimos aquellos días cuando jugar a las expediciones y embarrarse la ropa era lo habitual, cuando bañarse en la lluvia era lo más divertido del mundo, cuando una tarde de juegos parecía una eterna aventura.

Entre grandes árboles, suelos pantanosos, caminando sobre gruesas raíces o troncos caídos, poco a poco comenzábamos a respirar el verde. Frutas exóticas, insectos de colores, algún encuentro emocionante y peligroso con fauna salvaje que no pasó a mayores. Así, sin darnos cuenta, luego de 3 horas de caminata comienza a despejarse la espesura, y aparece el primer claro en la montaña. Solo un descanso para los últimos metros, casi escalando hasta alcanzar la cima.

El Autana frente a nosotros. Cada uno celebra la cumbre a su manera, euforia o silencio, al final sentimos la misma energía irradiada por una montaña, tepuy o como se llame, plantado ahí en medio de la selva, grandioso y humilde. Desde aquí se puede apreciar la magnitud de su presencia inesperada en medio del verde constante, se siente la fuerza vital que lo alimenta, no necesito estar más cerca.


Fueron pocos minutos de contemplación porque pudimos ver la lluvia acercarse como una cortina sobre la selva, debíamos comenzar a bajar antes de ser alcanzados por las nubes cargadas de agua. Había sido difícil llegar a la cima por el empinado y rocoso camino, con mi escasa agilidad tenía que bajar lentamente y con mucho cuidado. Todo el camino de regreso estuvimos acompañados por un aguacero incesante. La lluvia inundó todo, nuestro cuerpo, los morrales, la ropa, el camino. No recuerdo la última vez que me bañé en la lluvia pero si lo divertido que solía ser, la sensación de fresca libertad, remojada como un pollo, feliz. Así transcurrió el camino, caminando con el agua hasta las rodillas sin saber qué había debajo, con algunos tropiezos y caídas inofensivas que en medio de la tensión de habitar lo desconocido nos hicieron reír a carcajadas. Ya en nuestro campamento, después de recostarme un rato en la hamaca para descansar del maratón, me levanté y encontré un espectáculo sublime. 
El telón de fondo era el Autana con su protector (cerro Wahari) donde habíamos estado horas antes, y más allá el cerro Cara de indio. En la orilla del río mis compañeros de viaje disfrutando del paisaje cada uno de forma distinta pero todos conectados por la magia que inevitablemente ya nos había atrapado.


La noche nos regaló un tesoro inolvidable, miles de estrellas como diamantes incrustados en el cielo junto a la silueta de nuestro anfitrión siempre presente. Fue tan amable con nosotros que hasta se dejó retratar, gracias a la paciencia y perseverancia de nuestra fotógrafa oficial (Laura De Oliveira, gracias por todas las fotos!). 

Ya de vuelta a la ciudad, después de navegar río abajo con prisa para tomar nuestro vuelo, esa noche traté de digerir el bojote de emociones que aún frescas saltaban en mi mente.

Hoy, varias semanas después de haber estado tan cerca del tepuy como para sentir su energía, puedo advertir su compañía y más allá de eso, la sabiduría que emana de aquella roca milenaria. Esta experiencia me ha conmovido especialmente por lo breve e intensa, se siente como un electro shock que te devuelve el pulso cambiándote los esquemas preconcebidos para estar abierto a las nuevas opciones y maneras de afrontar los retos en la vida. El plan A ha sido un gran reto, sospecho que puede ponerse aún más interesante.

3 comentarios:

  1. Hola Beatriz, muy interesante y completa tu historia en el Amazonas. Estoy pensando hacer este tour, y leer tu blog creo que me ha terminado de convencer. Solo tengo unas dudas con respecto al campamento, Cuál fecha o meses consideras mejor para ir? Que agencia contrataste? Existe electricidad alguna? Esta pregunta la hago por el motivo de mi cámara que debe cargar para funcionar... Muchas gracias por tu colaboración!

    ResponderEliminar
  2. Bea que hermoso, solo de leerte y ver las fotos te enamoras del lugar!!!

    ResponderEliminar
  3. Bea que hermoso, solo de leerte y ver las fotos te enamoras del lugar!!!

    ResponderEliminar