sábado, 28 de mayo de 2016

Solo quiero estar aquí

Se me han ido ya muchos días con sus noches, tratando de descifrar este misterio llamado Venezuela, el intento de país en el que se ha convertido el mío.

Demasiadas preguntas sin respuesta, dentro de mí y también desde fuera. Tal vez la más retadora ha sido ¿por qué no te vas de una vez?

Estaba segurísima de poder responder esa pregunta rápidamente, sin embargo no, no fue tan fácil.

La empresa para la cual trabajo, el lugar donde me he desarrollado profesionalmente durante casi 12 años, que significaba para mí la seguridad de recibir lo que merezco por mi esfuerzo y capacidad, en este momento está amenazada de muerte. Por razones no del todo claras el gobierno venezolano decidió llevar a otro nivel su batalla contra Polar, prácticamente ha decretado la guerra a muerte. Más allá de que se lleva por el medio a mucha gente que lo único que sabe hacer es trabajar, honestamente, sin tinte político, porque en Polar se trabaja (cosa que parece ya un absurdo en la lógica general de la burocracia que gobierna). Eso aparentemente es lo de menos, la gente.

La historia corta es que el gobierno no autoriza la adquisición de divisas (moneda extranjera, dólares, euros) para la compra de las materias primas importadas necesarias en los procesos productivos. Por esta sencilla razón se encuentra detenida la fabricación de una variada gama de productos, entre ellos la cerveza.

No pienso hacer una exposición de las implicaciones de esta situación, basta con decir que son muchas más de las que imagina cualquier persona que solo ve una empresa que fabrica cosas y las vende. Este no es el caso de Polar, pero si así lo fuera es igualmente injusto lo que está pasando, sólo imaginable dentro de las grandes metas planteadas por este pseudo-socialismo tropical que hoy lamentablemente padecemos (literalmente) los venezolanos, la destrucción de toda idea que implique progreso y superación de las personas a través de su propio esfuerzo.

Retomando aquella pregunta que no pude responder con tanta facilidad como esperaba, el hecho de trabajar en una empresa como Polar indudablemente ha influido en mi decisión de permanecer en este país. Sin embargo, percibir el peligro que representan estas amenazas que han pasado a ser hechos reales, vivir de cerca la imposibilidad de continuar trabajando normalmente porque no tenemos con qué producir, y sobre todo manejar la incertidumbre de una fecha inexistente para volver a arrancar, es duro y puede llegar a ser desmoralizante.

Es en estas circunstancias donde al ser cuestionada sobre mi idea loca de quedarme en Venezuela, en esta Venezuela de hoy, aun sabiendo que podría perder mi trabajo, no tuve muchos argumentos para responder y solo atiné a decir no me voy porque no quiero.

Celebro la valentía de quien agarra su vida, la mete en la maleta y arranca. De verdad, no estoy siendo irónica. Hoy en día me pregunto ¿por qué carajo a mí no se me hace fácil? No tengo la respuesta, pero tengo la certeza de que solo quiero estar aquí. Y esa certeza va más allá de tener la seguridad de un buen trabajo, cosa que difícilmente pueda valorarse así hoy en este país. Yo no estoy esperando ganar un premio por permanecer en Venezuela mientras muchos a mi alrededor se van, simplemente hago lo que me exige mi corazón, quedarme aquí para ayudar a reconstruir lo que quede, para aliviar aunque sea una mínima parte del dolor que siente hoy tanta gente, pero también para disfrutar del paisaje que amo, del clima que me gusta, de los chistes que salen solos aun en los peores momentos, de los sabores que me endulzan la vida aunque sea difícil conseguir la comida.

Pero por encima de todas esas cosas, me quedo porque aquí soy feliz. El día que eso cambie y sienta que mi felicidad se quiere mudar a otro sitio, seguramente iré tras ella porque la vida es un ratico como dice Juanes en su canción, un ratico nada más. Este ratico yo quiero vivirlo aquí, vivir la historia en primera persona, tener cerca a los míos y ayudarnos entre todos a seguir adelante, saber que en este período de la historia de Venezuela que seguramente dará tanto de qué hablar en el futuro, este país no desapareció, su gente superó dificultades y aprendió de sus errores. Muchos venezolanos seguirán regados por el mundo mañana, llenándolo de arepas, de hallacas, de joropo, de gaitas y de nuestro guaguancó, haciéndonos sentir orgullosos de una bandera que nos une.

Mientras tanto seguiré luchando por mi trabajo, junto a muchos más que sabemos la importancia de empresas como Polar para el país, sobre todo para el país que debemos volver a levantar pronto. Estoy convencida de que la verdad triunfará, pero también sé que el camino puede ser largo y agotador. Así que debo administrar las energías como hacen los maratonistas (obviamente no es mi caso pero sirve la comparación), llegarán los metros finales y entonces allí el remate será para triunfar.


Hoy no quiero ser pesimista, no me da la gana. No quisiera regalarle ni una línea a quienes quieren robarnos la esperanza, la alegría, las ganas de soñar. No me permito odiar a nadie, sólo Dios sabe cuánto sufrimiento han causado quienes en su pequeñez se empeñaron en hacer prevalecer sus anacrónicas ideas sobre un pueblo que lo único que quería era que le hablaran con la verdad y lo ayudaran a superarse. Hoy están ahí, creyendo que nos dominan, pero la realidad los hará despertar de su sueño (nuestra pesadilla), y las cosas cambiarán, no tengo ninguna duda. Yo quiero estar aquí cuando eso pase, pero sobre todo quiero estar aquí para contribuir a que pase pronto.

domingo, 31 de mayo de 2015

Regreso buscando paz

El silencio podría interpretarse como ausencia, también es una forma de estar sin intervenir, permite observar, meditar, entender (al menos intentarlo). Hace mucho que no me tomaba un momento para escribir. Reconozco que en este período no me aburrí, pero extrañé el teclado.

Hoy se habla de tantas cosas que cuesta mantener la atención en un tema (no solo pasa en Venezuela, obviamente). En muchos momentos me siento agotada, luchando inútilmente por intentar saber qué pasa en este país, quien está detrás de los acontecimientos. Ya no creo que sea tan simple como “todo es culpa de Chávez”.

Sin embargo, un suceso reciente fue el detonante para romper mi silencio. Luego de presenciar una escena tan impactante, lo único que podría atenuar mi sentimiento de culpa es contarlo, para obligarnos (incluyéndome) a mirar algo feo pero real, a sentir el dolor que tratamos de ignorar a diario, a llorar juntos si es necesario. Con la intención de secarnos las lágrimas pronto y darnos valor para enfrentar este monstruo que destruye algo más importante que cualquier pedazo de tierra, nuestra alma.

Los hechos son similares a cualquier relato que hayamos leído o escuchado, un ladrón arrebata el celular a una chica, sale corriendo, desarmado, la chica grita y toda la calle en cuestión de segundos se hace eco. El muchacho cae gracias al empujón de un vecino y antes de que pudiera darse cuenta todos están sobre él, golpeándolo. Hasta ahí, todo bien (decimos los venezolanos, acostumbrados a este tipo de eventos cotidianos). Pasan los minutos y sigue llegando gente, salen de los edificios en grupos o en solitario, vienen con bates, palos, piedras, y sobretodo rabia, odio descarnado. A este punto le han quitado la ropa al muchacho, está en la acera, desnudo, sangrando, pero los golpes no paran.

Mientras observo la escena me pregunto: ¿por qué bajé? ¿Qué hago? ¿Dejo que lo maten sin decir nada?

Se me salen las lágrimas antes de poder coordinar los movimientos, no quiero mirar.

Una señora sale de su edificio y viene diciendo: bien bueno, que lo maten, ¿hasta cuándo nos dejamos joder?

Dice, yo soy abogada y por eso sé que lo tienen que matar, la policía no puede hacer nada, mañana lo sueltan y vuelve a hacer lo mismo, hay que matarlos a todos.

En ese momento logro incorporarme y le pregunto, ¿Ud. está dispuesta a matar a otra persona? Responde: No, yo no.

Pero si Ud. está de acuerdo es cómplice. ¿Ud. cree que si lo matan la situación va a mejorar? No piensa que hoy matan uno y mañana vienen cinco más a vengarse, y con mucho más odio y resentimiento encima.

Ella me escucha y poco a poco su cara comienza a cambiar. Los ojos desorbitados por el odio y la adrenalina comienzan a encontrar su lugar, pudo ver claramente que estaban matando a un ser humano ahí delante de ella, las patadas en su espalda suenan como golpes a un tambor. Ese sonido fue aterrador, nunca lo había escuchado y nunca lo olvidaré. La señora entró en razón, hizo silencio, se fue cabizbaja.

No tuve el valor de enfrentarme a la turba para defender la vida de esa persona (buena, mala, que importa). La policía llegó antes de que lo mataran, no hicieron mucho esfuerzo por salvarlo pero su presencia alejó a la multitud e hizo que los bates, palos y piedras desaparecieran de la escena rápidamente. Alcanzaron a ponerle su ropa interior antes de llevárselo, caminando como podía, humillado al extremo.

Su ropa y pertenencias (incluyendo la engrapadora disfrazada de pistola que usaba para sus fechorías) quedaron tiradas en la calle, así como su sangre,  que aún al día siguiente estaba allí como recuerdo de los actos de la tribu.

Cuando somos capaces de matar al que mata, nos estamos matando a nosotros mismos por dentro. Un gesto de humanidad, de amor, de perdón, a quien seguramente nunca ha experimentado tal cosa, era la oportunidad para tocar el alma de quien no es consciente siquiera de tenerla.

El círculo del odio es una avalancha que se alimenta en su recorrido, y al final arrasa con todo lo que encuentra a su paso.

Más allá de establecer responsabilidades y reconocer la gravedad de la violenta crisis que vivimos, hay una tarea que espera por nosotros, construir la paz. Nada más radical que la paz. Una paz políticamente incorrecta, que incomoda porque no toma el camino fácil del odio colectivo (“ya esto no se aguanta”), que a pesar de ser menospreciada es capaz de mantenerse de pie y con la frente en alto. Es un riesgo que no todos estamos dispuestos a asumir.


Difícilmente la situación mejore pronto, eso también es cierto. No estamos para sermones, cada uno lucha por  su vida y la de los suyos. En lo personal trato de recordar siempre que la vida que tengo quiero gastarla bien, y si he de morir a manos del hampa desde ya perdono a quien haló el gatillo, no desearía que muera de la misma forma. Yo sé que el amor salva, ojalá nos salvemos y ayudemos a salvar a otros. La vida es bella, pero es corta también. Mientras estemos en este mundo no perdamos el tiempo en odios, finalmente estamos acá para ser felices. Sí, felices, viviendo en Venezuela o en Afganistán, en Londres o Nueva York, da igual.

sábado, 3 de agosto de 2013

Ahí frente al Autana

Aparentemente dejé de ser una neófita en lo concerniente a turismo de aventura; excursiones, campamentos, naturaleza y emoción. Reconozco la fascinación que despertó en mí esta manera de conectarme con la idea de una Venezuela desconocida hasta el momento. He podido llegar a lugares mágicos, encantadores e inolvidables.

Sin embargo, algo cambió cuando me encontré con el Autana. No sé muy bien cómo explicarlo con palabras ordenadas o bonitas, tuve la sensación (y no ha dejado de acompañarme) de haber vivido un momento decisivo frente al cerro.

Convencí a dos amigos para hacer este viaje juntos, y allí estábamos los tres en Puerto Ayacucho (Edo. Amazonas) por primera vez, descubriendo un rincón lejano de nuestro país, cada uno con su equipaje y sus expectativas.

El grupo se agrandó antes de comenzar la excursión que nos llevaría a través del río hasta la comunidad de Ceguera, donde podría pasarme días enteros observando la majestuosidad del tepuy emergiendo sobre la selva inmensa sin ánimo de dominar pero con la autoridad necesaria para proteger todo cuanto le rodea.

Nuestros nuevos compañeros son un grupo de chamos citadinos, irreverentes y encantadores. En Puerto Ayacucho se sumaron otras chicas más, y ahora vamos juntos en este bongo sorteando varios ríos de diferentes colores, con la ilusión de conocer de cerca ese cerro sagrado.

Fueron sólo dos noches en Ceguera (campamento frente junto al río, frente al Autana), prácticamente un solo día completo en tierra firme. Aparentemente era suficiente para no dejar a nadie indiferente luego de esta experiencia.

Según nos contaron el Autana no puede escalarse por varias razones, a decir verdad yo tengo mi propia explicación. Nos cuentan que siendo el cerro Autana un lugar sagrado según la tradición piaroa (etnia que habita mayoritariamente esta zona), no está permitido acercarse demasiado a menos que los indígenas lo acepten. También porque es una pared vertical difícil de escalar, al menos para gente normal como yo, que no está en condiciones atléticas para amarrarse de unas cuerdas y hacer acrobacias. El punto es que nuestra excursión consiste en subir una montaña cercana (Wahari) y desde la cima poder “observar” el cerro. Debo decir que observar no es la mejor descripción para el encuentro cercano vivido ese día con el Autana, espero contar con las palabras exactas y suficientes para expresarlo.

Un solo día con su noche incluida bastó para enamorarme de este lugar. Temprano en la mañana del sábado embarcamos el bongo para atravesar el río en un brevísimo trayecto desde el campamento hasta la falda de la montaña, hicimos trasbordo hacia una pequeña curiara donde cabíamos máximo 6 personas, con nuestro guía piaroa al remo acercándonos a la orilla. Allí comenzaba el camino que emprendimos disfrazados de niños. Todos revivimos aquellos días cuando jugar a las expediciones y embarrarse la ropa era lo habitual, cuando bañarse en la lluvia era lo más divertido del mundo, cuando una tarde de juegos parecía una eterna aventura.

Entre grandes árboles, suelos pantanosos, caminando sobre gruesas raíces o troncos caídos, poco a poco comenzábamos a respirar el verde. Frutas exóticas, insectos de colores, algún encuentro emocionante y peligroso con fauna salvaje que no pasó a mayores. Así, sin darnos cuenta, luego de 3 horas de caminata comienza a despejarse la espesura, y aparece el primer claro en la montaña. Solo un descanso para los últimos metros, casi escalando hasta alcanzar la cima.

El Autana frente a nosotros. Cada uno celebra la cumbre a su manera, euforia o silencio, al final sentimos la misma energía irradiada por una montaña, tepuy o como se llame, plantado ahí en medio de la selva, grandioso y humilde. Desde aquí se puede apreciar la magnitud de su presencia inesperada en medio del verde constante, se siente la fuerza vital que lo alimenta, no necesito estar más cerca.


Fueron pocos minutos de contemplación porque pudimos ver la lluvia acercarse como una cortina sobre la selva, debíamos comenzar a bajar antes de ser alcanzados por las nubes cargadas de agua. Había sido difícil llegar a la cima por el empinado y rocoso camino, con mi escasa agilidad tenía que bajar lentamente y con mucho cuidado. Todo el camino de regreso estuvimos acompañados por un aguacero incesante. La lluvia inundó todo, nuestro cuerpo, los morrales, la ropa, el camino. No recuerdo la última vez que me bañé en la lluvia pero si lo divertido que solía ser, la sensación de fresca libertad, remojada como un pollo, feliz. Así transcurrió el camino, caminando con el agua hasta las rodillas sin saber qué había debajo, con algunos tropiezos y caídas inofensivas que en medio de la tensión de habitar lo desconocido nos hicieron reír a carcajadas. Ya en nuestro campamento, después de recostarme un rato en la hamaca para descansar del maratón, me levanté y encontré un espectáculo sublime. 
El telón de fondo era el Autana con su protector (cerro Wahari) donde habíamos estado horas antes, y más allá el cerro Cara de indio. En la orilla del río mis compañeros de viaje disfrutando del paisaje cada uno de forma distinta pero todos conectados por la magia que inevitablemente ya nos había atrapado.


La noche nos regaló un tesoro inolvidable, miles de estrellas como diamantes incrustados en el cielo junto a la silueta de nuestro anfitrión siempre presente. Fue tan amable con nosotros que hasta se dejó retratar, gracias a la paciencia y perseverancia de nuestra fotógrafa oficial (Laura De Oliveira, gracias por todas las fotos!). 

Ya de vuelta a la ciudad, después de navegar río abajo con prisa para tomar nuestro vuelo, esa noche traté de digerir el bojote de emociones que aún frescas saltaban en mi mente.

Hoy, varias semanas después de haber estado tan cerca del tepuy como para sentir su energía, puedo advertir su compañía y más allá de eso, la sabiduría que emana de aquella roca milenaria. Esta experiencia me ha conmovido especialmente por lo breve e intensa, se siente como un electro shock que te devuelve el pulso cambiándote los esquemas preconcebidos para estar abierto a las nuevas opciones y maneras de afrontar los retos en la vida. El plan A ha sido un gran reto, sospecho que puede ponerse aún más interesante.

domingo, 2 de junio de 2013

El río, la selva y la luna...Capítulo 2

Llegó el día de la excursión al Salto Pará. Salimos temprano antes de que el sol comenzara a hacer su trabajo.  La caminata será de tres horas selva adentro. Esperaría que el paisaje fuera virgen, al menos tranquilo, pero no. La impresión de la noche anterior: tiendita, música y “civilización” fue confirmada. Basura en el camino, filas de gente cargando gasolina (hasta 70 litros), esclavitud moderna. A pesar de todo esto es emocionante seguir la ruta dentro de un bosque selvático, encontrar insectos, árboles, frutas que no has visto antes. También retarte un poco físicamente, algo que como ya sabemos todos no es mi fuerte.

Finalmente llegamos al puesto de la Guardia Nacional en la comunidad La Para, donde está el puerto para seguir la navegación río arriba (Alto Caura). Tomamos el camino para llegar al Salto, primero lo pudimos observar desde arriba y confieso que quedé en shock por algunos segundos al sentir la fuerza del agua desparramándose sobre esa montaña rocosa a unos metros de mí. 



Enseguida bajamos a la playa en el Salto, que también tiene una orilla de arena blanca y un paisaje sublime. Esos momentos en la “playa” fueron mágicos, estamos conscientes de que somos una élite que tiene la posibilidad de vivir esta experiencia porque no es fácil llegar hasta aquí. Pero pienso que eso puede cambiar, desearía que muchos venezolanos pudieran venir aquí, que valoraran estas cosas.

De regreso hay que ponerle voluntad y reforzar las piernitas. Todo lo que vi en el camino me impresionó, me deprimió y me lastimó. El eterno problema de la humanidad, entre nosotros siempre el más débil es utilizado. Hay una mina de oro más allá del Pará y se puede notar que algo no está bien. Pero la magia del Salto Pará logró capturarme, esa energía tan poderosa que transmite la naturaleza virgen no lo deja a uno indiferente, por el contrario te cambia los códigos para volver al mundo del que escapaste por momentos con otra consciencia.

Mientras camino de regreso me hago esta pregunta, ¿cómo puedes amar lo que no conoces? Escucho esta frase en una canción: “I´m right where I belong” (“estoy justo donde pertenezco”) y pienso que esta tierra me está hablando. Todo esto me pertenece y  no me doy cuenta de lo rica que soy. Nuestro amigo holandés dice que esto es la verdadera libertad, tiene toda la razón.

Aún después de ver la injusticia y la crueldad del paso de la “civilización” con todo lo que ella implica (dinero, poder, etc.), creo que puedo entender que no todo es tan malo. Porque objetivamente hablando, sin gasolina yo no habría llegado hasta aquí. Los campamentos son cómodos, hay electricidad, hay baños. Los indígenas tienen acceso a cosas básicas para vivir, no sé si la mayoría de ellos pero al menos los que pude ver. Siempre se puede mejorar pero esto es más de lo que yo esperaba.



Ya lejos de El Playón, río abajo nos paramos en una comunidad que está antes de Las Cocuizas (donde pasaremos la última noche), se llama Nichare. Tiene un ambulatorio y una escuela, donde entramos a cureosear y estuve ojeando los libros de historia con los que “enseñan” a los niños. Para no salirme del tema solo diré que pude comprobar aquello de que la historia la escriben los poderosos, y los poderosos de ahora aunque lo nieguen son peores que los de ayer (que ya tenían suficientes defectos).

Para la última noche en Las Cocuizas, el regalo de la selva fue una luna brillante como el sol y las estrellas adornando un cielo que abrazaba. El reflejo de la luna sobre la corriente del río, ¡que momento!. Una cama de piedra para disfrutar el espectáculo.  

Esta vez no quiero dejar de mencionar a mis compañeros de aventura, la mayoría de ellos eran desconocidos para mi pero todos aportaron algo para que esta experiencia fuera inolvidable. Arturo, nuestro guía y mi amigo desde Roraima, Chandler, Francisco, Patricia, el señor Bautista, Marcel y Marcella con sus lindas niñas Colien, Caja y Leki. Al equipo de Akanan Travel, especialmente a Manuel quien organizó el viaje, les agradezco todo el esmero y la pasión que le ponen al trabajo que hacen, mostrar a Venezuela de la mejor manera posible, dándonos la oportunidad de vivirla a plenitud.



No puedo dejar de pensar en que debo volver. La verdadera libertad está justo frente a ti. Mientras todos están en la playa, nosotros nos metimos en la selva. Que afortunados somos.

El río, la selva y la luna…Capítulo 1

Tenía una historia archivada en la memoria y en los cuadernitos donde a veces escribo desordenadamente para no dejar morir los recuerdos. Con tanta información bombardeándome los días no encontré la tranquilidad necesaria para sentarme a contarla enseguida. Pero siempre estuvo ahí, asomándose terca para que la dejara salir.

Comienza con la decisión de continuar conociendo mi país, llegar a lugares prácticamente escondidos, conocer a su gente, saber cómo viven y salir por unos días de esta realidad asfixiante.

Esta vez me iré a la selva, será una excursión a través del río Caura (estado Bolívar). Después de la experiencia del año pasado en Roraima, no se me ocurrió mejor plan para esta Semana Santa.

El primer día llegamos a Ciudad Bolívar, donde en pocos minutos recorrí brevemente el casco histórico y logré entrar a la casa del Congreso de Angostura antes de que cerrara (lo cual ocurrió justo al salir). Mi afición por conocer lugares históricos se vio algo golpeada al encontrar una gran fotografía del presidente Chávez (recién fallecido) en uno de los salones, custodiada por banderas y por demasiada parafernalia. Paciencia me dije, esto pasará.  Pasamos la noche en una posada bellísima, con estilo colonial y muy bien decorada.

Pero realmente la aventura comenzaría al siguiente día, cuando emprendimos el viaje por tierra desde Ciudad Bolívar a Maripa, poblado donde nos esperaba la curiara para remontar el río en los días por venir. 


Luego de varias horas, muchas horas, navegando contra la corriente, con la curiara cargada de gente, provisiones y emociones, aproximadamente a las 6:00 pm llegamos al campamento “Las Cocuizas”, en la rivera del río. El cielo naranja, una luna tímida y los sonidos de la selva nos reciben. Nos damos un baño nocturno en el río, luego me relajo en un spa natural sobre las piedras calientes.

Nuestro campamento consiste en varias churuatas donde se guindarían las hamacas, un espacio apropiado para cocinar, y algo que no me esperaba: un baño con todas las de la ley. Reconozco que después de Roraima no me preocupan mucho esas cosas, pero contar con un baño decente le alegra la vida a cualquiera. En el campamento hay una planta eléctrica también, así que es prácticamente un hotel cinco estrellas. Me voy a dormir feliz, por primera vez sé cómo se oye la noche en la selva.

Son las seis de la mañana y puedo ver los colores que trae el día, el sol hace brillar el río, desde la hamaca con un ojo abierto y el otro aún dormido me quedo admirando el espectáculo.

Antes del desayuno María, la señora que se encarga del campamento nos contó su vida mientras un venado se asaba en las brasas. Tiene 10 hijos: 7 paridos y 3 adoptados. Todos estudian. En su casa hay una planta eléctrica y sus hijos pueden ver películas, los otros niños vienen. Pero ella quiere que todos puedan tener electricidad en su casa, “hay que organizarse”, dice. También María me enseña una palabra: conuquear, que significa trabajar en el conuco. Es decir trabajar la tierra para obtener sus alimentos, me cuenta que a sus hijos les dice que estudien para que no tengan que pasar la vida conuqueando como ella.  Esta zona es habitada en su mayoría por indígenas de la etnia Yekuana.

Luego del desayuno volvemos a nuestra curiara y seguimos el camino emocionante hacia El Playón, nuestra próxima posada.  Pasamos tramos del río donde la corriente es más fuerte y violenta, aquí nuestro capitán demuestra su experticia para pasar entre las piedras o sobre ellas sin mayores percances.

En el grupo está una familia holandesa que vive en Caracas pero pronto se despedirá de Venezuela. Están haciendo este viaje con sus tres niñas y luego seguirán hacia La Gran Sabana. El papá nos dice en algún momento que no somos venezolanos normales porque preferimos venir aquí en vez de irnos a la playa en Semana Santa. Puede que tenga razón.

En el recorrido me acompaña un paisaje verde,  árboles imponentes y majestuosos como rascacielos, yo solo puedo decir en mi mente “mucho gusto señora Selva”. 



Llegamos a una gran orilla que parece ser el final del río, con arena blanca como de playa y la selva espesa detrás. Pero ese no es el final, el río sigue a un lado solo que no se puede continuar la navegación porque es una caída con una pendiente pronunciada y la corriente se pone peligrosa.


La comunidad de El Playón es la más grande de la zona, hay varias churuatas tanto para turistas como para las personan que aquí viven. Desde el río vimos marcas de tractor en la arena, ¿porqué? ¿Cómo llegó esto hasta aquí? Fue una sensación extraña, esas marcas en la arena distorsionaban el paisaje, pero ahí estaban.


En la pequeña aldea hay dos tienditas donde venden una cantidad de cosas que no esperaba encontrar en un lugar tan remoto de la “civilización”. Cuentan con planta eléctrica también, tienen baños públicos para los turistas. Hay un televisor donde todos se reunieron a ver el juego de la Vinotinto contra Colombia, esa noche ganó  Venezuela y tuve la oportunidad de celebrarlo con unos venezolanos muy especiales, los yekuana. La verdad tuve que reprimir mis emociones porque ellos no son muy expresivos, pero fue bastante divertido para mí entender que aunque no celebráramos igual todos estábamos felices por el triunfo de la Vinotinto.

Mi lucha, nuestra lucha

Cuando por fin he logrado poner cierto orden en mis pensamientos que desde hace varios meses no hacen más que chocar entre sí, confinados a un pequeño espacio físico llamado cerebro, quisiera al menos hacer el intento de narrar cronológicamente lo que desde mi percepción hemos vivido como país en este período de tiempo que en el calendario se ve corto pero sobre la espalda pesa toneladas.

La última semana del año pasado según mis planes sería de vacaciones, en un lugar tranquilo donde podría relajarme para recibir el año con nuevas energías. El plan se cumplió casi perfectamente, pero la ansiedad que me producía la situación en Venezuela (¿o en Cuba?) con la salud del Presidente era muy fuerte. Varios días sin poder desconectarme de las noticias, con el presentimiento de que algo había pasado y no lo supimos.

Comenzó el 2013 con muchas sombras, pasaron tres meses hasta que anunciaron lo que ya muchos sabían: Hugo Chávez dejó de existir. Nadie puede decir que esa noticia no lo afectó de alguna manera. Algo increíble, impensable, inexplicable. Chávez no está.

Por primera vez me atreví a asistir a un “acto” del Gobierno, a la reunión del pueblo para despedir a su Presidente. Varias razones me motivaron a hacerlo, entre ellas presenciar un momento que quedará en la historia moderna de Venezuela, también para ver y escuchar en vivo a la gente, a mis hermanos chavistas, tratar de entender su dolor; salir a encontrarme con la Venezuela que no me gusta pero que sin ninguna duda existe.

La cadena de acontecimientos posteriores fue cruel y violenta con lo que uno entiende por República. Poderes públicos al servicio de un partido, de una revolución, así llegó un Presiente Encargado que sería inmediatamente candidato presidencial (luego de ser ungido por el mismo Chavez como su sucesor y heredero político).

Diez días de campaña electoral, algo sin precedentes en el país. Henrique Capriles aceptó el reto, consciente de todo lo que tenía en contra. Una campaña electoral por la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela y Hugo Chavez no es candidato, muchos todavía no lo podíamos creer.

Días antes de las elecciones publiqué una carta dirigida a mis hermanos chavistas, no era propaganda electoral, era un pequeño gesto de acercamiento para reflexionar juntos sobre lo que estaba pasando y lo que estamos viviendo todos por igual en este país. Además de publicarlo en el blog hice una experiencia diferente, que hoy valoro muchísimo porque me dejó unas cuantas lecciones. Decidí imprimir la carta y repartirla, salir del ciberespacio, del mundo paralelo donde muchos nos refugiamos. Porque mi intención al escribirla era que llegara ciertamente a las manos de al menos un chavista de verdad, del que padece a diario la realidad de la calle. 

El día que finalmente pude hacerlo fue el viernes, utilizando un día de mis vacaciones para ausentarme del trabajo y dedicarme a esta tarea. Sin embargo, ya había terminado la campaña electoral y por más que el contenido de mis hojitas no fuera propaganda me pareció peligroso exponerme a una situación incierta en la calle repartiéndola. Lección uno, tenemos miedo. Yo no estaba haciendo nada ilegal, pero no era necesario tentar a la suerte y meterme en problemas que podrían impedirme lo más importante: votar el domingo. Fue así como pude convertir el miedo y la frustración en creatividad, se me ocurrió montarme en el metro y dejar las hojitas en los asientos tratando de pasar desapercibida, dejarlas en algunos sitios públicos, en las bancas de las aceras y plazas, en las camioneticas de transporte público. 

Confieso que cuando salí a la calle entré en pánico, con mi bolsito lleno de material que podría considerarse como subversivo, ahí me di cuenta de la paranoia que han logrado sembrar en mi mente. Fue una lucha conmigo misma para no rendirme, se me ocurrió comenzar con algo que podía pasar más desapercibido y me fui a un centro comercial exageradamente concurrido en esta ciudad donde me dediqué a entrar a todos los baños en todos los pisos dejando las hojitas en cada cubículo. Pensaba: si al menos una persona lo toma y lo lee habré cumplido mi misión. De regreso a mi casa me subía en las camioneticas, me sentaba, dejaba la hojita en el asiento y me bajaba, por supuesto pagando mi pasaje. Al día siguiente logré cumplir con la meta original: el metro. Fui de un extremo a otro de la ciudad unas cuantas veces, llegaba a la última estación donde todos se bajan y en ese momento dejaba hojitas en los asientos y me salía del vagón para entrar en otro. También cuando encontraba la oportunidad las colocaba discretamente en el asiento y me bajaba rápido en cualquier estación para cambiar de tren. Así pasé varias horas del sábado preelectoral, no podía quedarme a ver las reacciones pero sé que varias personas la tomaron y estoy segura que al menos una la tuvo que haber leído completa. Lección dos: la libertad se defiende con creatividad también. Esa pequeña aventura que decidí hacer me dio la oportunidad de salir de la burbuja en la que muchas veces me encuentro viviendo.

El 14 de abril de 2013 Venezuela fue a votar. Hubo resultados contundentes, tanto los “oficiales” como los verdaderos. Capriles no reconoció los números del Consejo Nacional Electoral (por primera vez no fue un rumor de fraude, fue una exigencia contundente a revisar (auditar) todo el proceso. Otra semana de sobresaltos, los primeros días fueron tan intensos que llegué a pensar que la explosión sería inminente. Pienso que una prueba del liderazgo que supo ganar Henrique Capriles con esfuerzo y coherencia fue contener la furia alimentada de impotencia y humillación que parecía haberse apoderado de muchos (incluyéndome),  lograr que el mensaje de no violencia y de resistencia pacífica nos uniera para seguir esta lucha que evidentemente no terminaba ahí y no ha terminado aún. Honestamente no sé si hemos podido digerir una cuarta parte de lo que hemos vivido como nación en los últimos meses.
Cada quien reflexiona como puede o como quiere, yo la verdad he pasado momentos muy duros, momentos en los que hubiese preferido bloquear la mente y no preocuparme, otros en los que no atiné a decir una palabra porque no podía si quiera armar una oración coherente.
Sin embargo, en medio de ese laberinto en lo que se había convertido mi cabeza, hubo algo claro, una bandera que siempre podía ver aún si me sentía perdida; la de la resistencia pacífica.

Hoy cuando la situación muy lejos de mejorar se ha vuelto más complicada, difícil, dura y cruel, esa bandera es lo único que tengo, me aferro a ella para no caer en el precipicio. Ojalá pudiera tatuármela en la frente para poder expresarme cuando salgo a la calle, para sentirme verdaderamente libre. Me declaré en resistencia pacífica desde el 15 de abril y hasta que triunfe la verdad, tengo la bandera de Venezuela colgada en mi balcón desde ese día. No pienso dejar que gane el miedo y la decepción porque si sigo aquí es para luchar, buscando la manera de expresarme siempre pacíficamente sin dejar de cumplir con mis responsabilidades.

Saber lo que pasará es imposible para mí, los analistas plantean escenarios y es bueno conocerlos por cultura general pero después de todo lo que ha tenido que vivir (o sufrir) este país la incertidumbre se ha convertido en fiel compañera.

La única manera que he encontrado para mantenerme medianamente cuerda en medio del caos ha sido enfocarme en la resistencia pacífica. Defender la libertad, la justicia, la verdad, siempre desde la paz. Para mí resistencia pacífica significa no rendirse, no bajar la cabeza, no entregarse, no resignarse. Es dar un paso hacia adelante que exige más responsabilidad, esfuerzo, coherencia, fe, compromiso. Me atrevo a dar este paso porque no hay excusa posible ni fecha de vencimiento para esta lucha. Decido escoger este camino porque de otra forma no me sentiría digna de tener una cédula de identidad que dice que soy venezolana.

martes, 9 de abril de 2013

Hermano Chavista


¿Por qué nos tomó tanto tiempo mirarnos a los ojos?

Cuando escribo estas líneas los dedos no logran ir tan rápido como el cerebro quisiera y tengo que seguirle el paso, para que no se quede por fuera ni uno solo de los pensamientos que durante días, más bien meses, me persiguen a donde quiera que voy.

Esta es una carta personal, la escribo yo (quien firma) y va dirigida a ti, que la recibes y te tomas unos minutos para leerla.

Con todo mi respeto me estoy atreviendo a dirigirme a ti, hermano Chavista, que así como yo amas tu tierra y quieres lo mejor para tu país, para tu gente. Desde aquí no saldrá nunca un insulto hacia ti, podemos pensar distinto y aún así seguir siendo hermanos, ¿quién no ha discutido un punto de vista con su familia? ¿por eso han dejado de comer en la misma mesa? ¿por eso han dejado de quererse?

Yo amo mi Patria inmensamente, la amo así como es, con todos los que aquí vivimos echándole pichón cada día para salir adelante, llevando comida a la casa, ayudando a quien necesita una mano, sintiéndonos útiles. No la amo más que tú, ni tú más que yo.

Te pido disculpas si te hago perder el tiempo con mis palabras, y también te agradezco desde lo más profundo si llegas hasta el final (no será larga la historia, lo prometo). Hoy solo faltan días, horas, para encontrarnos de nuevo en la cola para votar. Quien irá el domingo en mi lugar no es la misma Beatriz que en 1998 con 18 años iba elegir por primera vez al Presidente de la República. Hoy soy alguien diferente, con mis treintipicos años encima y una nueva conciencia. No me avergüenza decir que le agradezco al Presidente Chávez haber cambiado mi visión de las cosas, nunca fui su seguidora pero eso no quiere decir que no reconozca su lugar en la historia de este país.

Yo no vengo a pedirte que votes por Henrique Capriles, solo a pedirte que reflexionemos juntos, que hagamos un ejercicio, porque tu y yo no somos diferentes, no somos enemigos, nos comemos la misma arepa en el barrio o la urbanización, en el rancho o la mansión, somos hermanos vale!

Tú al igual que yo estás sufriendo y lo sabes, cuando llega el malandro no mira a quien le va a disparar, simplemente nos mata y agarra el botín, lo poco que tengamos encima, y nos deja ahí en la calle con la bala en la frente. Lo que yo gasto en el mercado es lo mismo que gastas tú, y nos sudamos esa plata igual. Te estoy hablando a ti, al venezolano honrado, echao pa lante, que si no consigue trabajo se pone a vender tortas, que quiere que sus chamos estudien, que no se queden por ahí sin hacer nada para que llegue el vicio y los atrape. Tus problemas son los mismos que los míos. Cuando no hay agua o no hay luz, es en tu casa y en la mía también. Tú sabes que las cosas no han mejorado en estos años y no están mejorando en el poco tiempo del actual gobierno (N. Maduro), lo vives a diario igual que yo.

La corrupción y las injusticias del pasado nadie las puede negar, y creo que nadie quiere hacerlo. Quisiera que en la soledad de tu conciencia te preguntes si hoy ya no existen esas dos palabras en Venezuela. Yo no voy a discutir si el socialismo es bueno o malo, realmente ese no es el problema. Vuelvo a preguntar: ¿no hace falta coherencia cuando hablamos de socialismo y le pedimos al pueblo sacrificios mientras nosotros si vivimos bien, si compramos el carro que queremos, nuestros hijos estudian en buenos colegios, viajamos de vacaciones por el mundo? Te lo pregunto a ti porque sé que crees en el ideal de Chávez, pero igual estás pasando trabajo y necesidad, o no?

Repito, no estoy pidiendo votos para Capriles, solo estoy tratando de que nos volvamos a encontrar. Tu y yo, nosotros los venezolanos. Yo sé que este país tiene un gran potencial y será grande, hoy no lo es porque nosotros no nos hemos decidido a llevarlo a lo más alto. Son muchos años, no solo los de este gobierno, desde mucho antes, que llevamos pensando que hace falta un líder, un salvador, alguien que se ocupe de nosotros. Pero qué tal si nos atrevemos a imaginar que ese hombre, esa mujer, podemos ser nosotros mismos. Tu y yo tenemos el poder en nuestras manos, por eso nos persiguen para tratar de convencernos de que votemos por este o aquel. Nuestros votos sí deciden cosas, deciden el destino de la nación. Tenemos la opción de dejarnos convencer, pero también tenemos otra…convencernos nosotros mismos del futuro que queremos para nuestro país.

Yo quiero un país donde nos respetemos, donde todos tengamos los mismos derechos (y cumplamos los mismos deberes), que podamos ser verdaderamente libres: libres de caminar por nuestras calles a la hora que sea, libres para decidir qué canal queremos ver, libres para decir lo que pensamos siempre, que nuestros niños crezcan sin miedo a la noche oscura y a las balas. Quiero un país que aproveche de verdad sus recursos, comprar café venezolano en el mercado, no salir corriendo cuando aparece el pollo, viajar por las carreteras sin dejar un caucho en el primer hueco y poder conocer cada rincón de esta tierra. Quiero vivir en paz, trabajar y esforzarme por ser mejor todos los días, sin preocuparme si habrá luz o agua esta noche en mi casa. Así podría escribir hojas y hojas, pero no son solo sueños o ilusiones, es que yo sé que podemos ser ese país, lo tenemos todo para serlo. El recurso más valioso, lo más importante que tenemos, somos nosotros. Atrevámonos a darle una oportunidad a Venezuela.

El domingo frente a esa máquina dejaremos nuestra huella, con conciencia y responsabilidad. Yo sé que tenemos los mismos anhelos, y sé que decidiremos entre la coherencia que no vemos hoy y la oportunidad de cambiar para mejor. Lo más importante: no olvidemos nunca que nosotros tenemos el poder, tú y yo, los venezolanos.

Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, mis convicciones estarán intactas y no juzgaré a quien elija seguir como estamos. Como dije antes, amo este país con todo lo que trae y seguiré luchando por Venezuela, con mi trabajo, mi empeño, mi amor y mi respeto.
Hoy te abrazo con un sentimiento grande de hermandad, y mi mayor alegría será sentir que es recíproco. Ya no nos separa un adjetivo, ahora nos une un país.