Llegó el día de la excursión al
Salto Pará. Salimos temprano antes de que el sol comenzara a hacer su
trabajo. La caminata será de tres horas
selva adentro. Esperaría que el paisaje fuera virgen, al menos tranquilo, pero
no. La impresión de la noche anterior: tiendita, música y “civilización” fue
confirmada. Basura en el camino, filas de gente cargando gasolina (hasta 70
litros), esclavitud moderna. A pesar de todo esto es emocionante seguir la ruta
dentro de un bosque selvático, encontrar insectos, árboles, frutas que no has
visto antes. También retarte un poco físicamente, algo que como ya sabemos
todos no es mi fuerte.

Enseguida bajamos a la playa en el Salto,
que también tiene una orilla de arena blanca y un paisaje sublime. Esos momentos
en la “playa” fueron mágicos, estamos conscientes de que somos una élite que
tiene la posibilidad de vivir esta experiencia porque no es fácil llegar hasta
aquí. Pero pienso que eso puede cambiar, desearía que muchos venezolanos pudieran
venir aquí, que valoraran estas cosas.
De regreso hay que ponerle
voluntad y reforzar las piernitas. Todo lo que vi en el camino me impresionó,
me deprimió y me lastimó. El eterno problema de la humanidad, entre nosotros
siempre el más débil es utilizado. Hay una mina de oro más allá del Pará y se puede
notar que algo no está bien. Pero la magia del Salto Pará logró capturarme, esa
energía tan poderosa que transmite la naturaleza virgen no lo deja a uno
indiferente, por el contrario te cambia los códigos para volver al mundo del
que escapaste por momentos con otra consciencia.
Mientras camino de regreso me
hago esta pregunta, ¿cómo puedes amar lo que no conoces? Escucho esta frase en una canción: “I´m right where I belong” (“estoy justo donde pertenezco”) y pienso que
esta tierra me está hablando. Todo esto me pertenece y no me doy cuenta de lo rica que soy. Nuestro
amigo holandés dice que esto es la verdadera libertad, tiene toda la razón.
Aún después de ver la injusticia
y la crueldad del paso de la “civilización” con todo lo que ella implica
(dinero, poder, etc.), creo que puedo entender que no todo es tan malo. Porque
objetivamente hablando, sin gasolina yo no habría llegado hasta aquí. Los
campamentos son cómodos, hay electricidad, hay baños. Los indígenas tienen acceso a cosas básicas para vivir, no sé si la mayoría de ellos pero al menos los que pude ver. Siempre se puede mejorar
pero esto es más de lo que yo esperaba.
Ya lejos de El Playón, río abajo
nos paramos en una comunidad que está antes de Las Cocuizas (donde pasaremos la
última noche), se llama Nichare. Tiene un ambulatorio y una escuela, donde
entramos a cureosear y estuve ojeando los libros de historia con los que “enseñan”
a los niños. Para no salirme del tema solo diré que pude comprobar aquello de
que la historia la escriben los poderosos, y los poderosos de ahora aunque lo
nieguen son peores que los de ayer (que ya tenían suficientes defectos).
Para la última noche en Las
Cocuizas, el regalo de la selva fue una luna brillante como el sol y las
estrellas adornando un cielo que abrazaba. El reflejo de la luna sobre la
corriente del río, ¡que momento!. Una cama de piedra para disfrutar el
espectáculo.
Esta vez no quiero dejar de
mencionar a mis compañeros de aventura, la mayoría de ellos eran desconocidos
para mi pero todos aportaron algo para que esta experiencia fuera inolvidable.
Arturo, nuestro guía y mi amigo desde Roraima, Chandler, Francisco, Patricia,
el señor Bautista, Marcel y Marcella con sus lindas niñas Colien, Caja y Leki. Al
equipo de Akanan Travel, especialmente a Manuel quien organizó el viaje, les agradezco todo el esmero y la pasión que le ponen al trabajo que hacen, mostrar
a Venezuela de la mejor manera posible, dándonos la oportunidad de vivirla a
plenitud.
No puedo dejar de pensar en que
debo volver. La verdadera libertad está justo frente a ti. Mientras todos están
en la playa, nosotros nos metimos en la selva. Que afortunados somos.
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