Y así fue como perdió Capriles, es decir, ganó Chavez…de
nuevo.
Diario de una optimista (ilusa tal vez?)
¿Qué perdí? La inocencia política, el tapaojos electoral.
¿Qué gané? La experiencia invaluable de haber contribuido
con mi esfuerzo y mi trabajo por una causa en la que creí y sigo creyendo.
Convivir durante muchas horas con jóvenes (en su mayoría) que se fajaron con
entusiasmo y pasión para darle base objetiva y numérica al proceso que se desarrollaba
el 7 de octubre de 2012; desde una sala de totalización del Comando Venezuela
donde tenía que estar continuamente en contacto con nuestros testigos en los
centros de votación de todo el país, para contar los votos al finalizar la
jornada. Duro trabajo, pero valió la pena.
No traigo un análisis de los acontecimientos, lo que pasó, pasó.
Todos lo sabemos.
Al final del día, recibir los resultados en ese lugar y
rodeada de tantos chamos, fue muy duro. La reacción de los chamos (los
voluntarios que estuvieron haciendo llamadas como locos todo el día) fue un
abreboca para lo que vendría a continuación: llanto, rabia, tristeza, gritos,
puños contra las paredes, tirarse al piso a patalear. Y el comentario general “ahora
si me voy de este país”.
Mi teléfono reventando con mensajes, preguntando ¿qué pasó? ¿Es
verdad? Hicieron trampa, ¿cierto?
Los pocos mensajes que contesté fueron para decir: es verdad
perdimos, no crean en cuentos de trampa o fraude, la realidad es dura pero hay
que afrontarla. Entre esas pocas personas con las que hablé estaba mi primo,
que se echó el viaje hasta New Orleans para votar. Me sentí en la
responsabilidad de no abandonarlo en ese momento, porque ese ánimo y esa
voluntad que lo llevó a hacer un esfuerzo tan grande para dejar su huella en la
historia votando no podía perderse. Mi sorpresa fue su actitud positiva,
coincidimos inmediatamente en la reflexión de que hay mucho por hacer, que esto
fue un gran paso y que tenemos que seguir dando pasos de gigante.
Me fui a dormir sin ver la tele, no vi ni a Capriles ni a
Chavez, tenía suficiente información que procesar en mi cabecita como para
saturarla con más. Ahí comenzó la sucesión de descubrimientos o los tortazos en
la cara, como prefieran llamarlo. Lo primero: mañana hay que ir a trabajar; con
lo cansada que estoy, el estómago agujereado con tanto café y cigarro durante
el día, la espalda pidiendo clemencia, la cabeza casi aplastada por la presión,
igual mañana tengo que trabajar. Así que me tomé una pepita mágica
(perfectamente legal, por si acaso) y luego de respirar profundo caí en la nube
del sueño.
El lunes temprano me encuentro con mi camisa nueva, la había
comprado para ponérmela ese día que sería de celebración. Era roja por cierto. El
dilema: me la pongo o no. ¿Porqué no? No tengo nada que celebrar pero tampoco
nada por lo cual estar de luto, yo perdí con dignidad y ese día comenzaba una
nueva etapa de la lucha, así que plancho mi camisita y enfrento este día como
lo que es, un nuevo reto al que no le tengo miedo.
Hace tiempo había dejado de usar ropa roja, por razones
obvias. Pero entendí que mientras yo lo permita me van a quitar todo lo que
puedan, incluso los colores. Me han dicho que el rojo me queda bien, ¿y
entonces? ¿No lo voy a usar? Otro tortazo, tú misma te autoimpones unos
patrones de conducta basada en no parecerte a “ellos”. Pues te cuento que “ellos”
no son de otro planeta, son venezolanos igual que tú, y tienen exactamente los
mismos derechos que tú. Mientras más intentes imponerte, y pretendas que tu
verdad es la única, estás construyendo un muro que te separa y te aisla.
Así llegué a la oficina solo para encontrar lo que
sospechaba, mucha tristeza y rabia, pero sobretodo impotencia. Todos
sentimientos válidos para un momento como ese, es verdad.
¿Porqué yo no he llorado a estas alturas? No tengo idea.
Estoy tranquila, siento paz, esto es muy raro. Recuerdo la última vez que
perdimos unas elecciones, por poco no voy a trabajar, estaba de luto total, había
llorado toda lo noche. Esta vez es diferente, me siento inexplicablemente
optimista. Estoy contenta de haberme metido en este rollo del Plan A, me parece
que hoy tiene más sentido que nunca. Será porque soy una muchachita rebelde y
mientras muchos se cuestionan su permanencia en Venezuela después de esta derrota,
yo veo más claro que aquí es donde quiero y tengo que estar.
Ponerme a analizar los acontecimientos sería redundar en lo
mucho que se ha dicho, bueno o malo. No es la idea. Precisamente por eso no me
había sentado a escribir sobre esto. No estoy haciendo esto para seguir una
moda, y hablar de cosas trilladas solo para figurar en el mundo de la opinión
(para lo cual no creo estar calificada de paso). Respeto todas las opiniones y
análisis de los estudiosos, filósofos, políticos, etc. De hecho he tratado de
leer suficiente en estas semanas, como para formar mi propia opinión sobre el
tema. Y la quiero compartir solo para contribuir de alguna manera a lo que
pienso es lo importante, nuestro futuro.
Así como antes dije que creía en Henrique Capriles y que
finalmente iba a votar a favor de alguien y no en contra de Chavez, hoy debo
ratificarlo. Me siento orgullosa de haber confiado en él, y trabajado por su
triunfo electoral. Su reacción ante la derrota fue valiente, no me defraudó como
electora. Otro personaje que me ha inspirado admiración, confianza y optimismo
es Ramón Guillermo Aveledo desde su posición como vocero de la MUD. Esas son
cosas que tengo que contar entre lo que gané de esta experiencia también.
¿Que hubo fallas? ¿Que se pudo hacer un mejor trabajo? Y así
tantas interrogantes. Es verdad, son legítimas y ciertas. Pero no voy a poner
eso por encima de los logros alcanzados.
Por supuesto que es mucho más fácil lanzarse a la queja
colectiva, a la depresión, la impotencia, el desánimo, el miedo, y pare usted
de contar. ¿A quién le estaríamos haciendo el juego? ¿A quien le interesa que
caigamos en esos sentimientos y que los esparzamos por todos lados? Uno
pensaría que todos estamos claros en la respuesta a esas preguntas, pero al parecer
no es así. Ahora resulta que nos tienen que rogar que vayamos a votar en
diciembre, que nos deben tratar como niños malcriados para que hagamos la
tarea. A mí me da vergüenza, pero por lo que he podido ver eso es lo que
queremos.
Desde mi pequeño rincón me he dedicado a tratar de entender
porqué no logramos convencer a los que nos faltaba convencer para ganar estas
elecciones. No podemos dejar de ver que se hizo un gran trabajo, fueron muchos
los que se unieron a la causa, muchos! Somos casi la mitad los que queremos un
cambio para el país, eso no es poca cosa. Por más que nos guste decir que los
que votaron por Chavez fueron obligados, pagados, engañados, yo sé que no es
verdad. Y como la verdad duele (aunque suene cursi), no queremos detenernos a
mirarla. Sí, hubo irregularidades, ventajismo, amedrentamiento, pero dudo mucho
que eso haya sido la causa de la victoria del Presidente. Resulta que hay una
gran parte del pueblo que cree en este “proceso revolucionario” y tiene todo el
derecho del mundo de hacerlo, tiene derecho a sus sueños. ¿Cuál es nuestro
trabajo y nuestro aporte? Darles razones para creer que nuestras propuestas son
mejores, y sobretodo que los incluyen a ellos, nos incluyen a todos. Yo creo
que aquí todos somos responsables de esto, porque nadie puede negar que existe
todavía mucha discriminación y mucha paja mental de creernos superiores (los
opositores). Un comentario muy crudo que escuché aquel lunes post electoral me
ha hecho reflexionar bastante, lo traigo aquí porque tenemos que madurar y
poder decirnos las cosas como son, sin medias tintas ni frases bonitas para
endulzar la realidad. Fue una experiencia de un compañero de trabajo que
escuchó a alguien comentar que la señora que le ayudaba en casa fue a pedirle ayuda porque su esposo había
tenido un accidente y necesitaba una silla de ruedas, y esa persona le dijo a
la señora que fuera a pedirle la silla a Chavez. Hasta ahí la historia. Ahora
yo me pregunto, si obviamente Chavez (me refiero a cualquier institución o
grupo gobiernero) le dio la bendita silla de ruedas al esposo de la señora
mientras yo me burlé de ella y la humillé de esa manera, ¿cómo pretendo convencerla
de que vote por quien yo le propongo? ¿Con qué cara le puedo decir que quiero
un mejor país para ella y para mí?
No quiero decir que estas situaciones sean una realidad
generalizada, pero necesitamos un buen sacudón como ese para darnos cuenta de
que nuestras acciones tienen consecuencias. Si no actuamos de acuerdo a lo que
decimos, no solo no estamos haciendo nada por el cambio, más allá de eso
estamos sepultando la posibilidad de hacerlo realidad.
El tema no es comprarle la silla de ruedas, porque no es
nuestra responsabilidad. Es hacerte solidario con la dificultad de esa persona,
ayudarla a buscar opciones, ponerte en su lugar. Si al final es el gobierno
quien se la da, igualmente tu interés y tu disposición de ayudar va a marcar la
diferencia.
Es un pequeño ejemplo, que puede englobar muchas situaciones
y experiencias. ¿Nos sentimos identificados? ¿Vamos a promover el cambio desde
nuestros actos cotidianos o vamos a seguir esperando que nos caiga del cielo?
Se quedan muchas ideas en el teclado, ya tendremos tiempo
para seguir reflexionando juntos. Mientras tanto ¿qué tal si nos activamos? El
camino se hace andando dicen por ahí, vamos pues, que nadie se quede atrás.