miércoles, 6 de julio de 2011

¿Dónde está la felicidad?

Buscar la felicidad no es un derecho, es un deber irrenunciable. Por felicidad entendemos ese sentimiento que muchas veces no podemos describir, pero que nos llena el alma de paz y de alegría. Nos hace sentir vivos y en armonía con el universo. Generalmente asociamos la felicidad con el éxito que podamos alcanzar en la vida, bien sea en lo personal, lo profesional o lo económico.

Muchos tal vez nos proponemos como metas estudiar una carrera determinada, lograr éxitos profesionales trabajando en lo que siempre quisimos, formar una familia, tener una casa, ser exitosos económicamente. Así, poco a poco, vamos construyendo un “molde”, un “boceto”, un paradigma de lo que nos hará felices. Lamentablemente dejamos pasar el momento presente que estamos viviendo, pensando que seremos felices cuando alcancemos esto o lo otro.

¿Por qué me estoy metiendo en ese rollo filosófico si este blog se trata de Venezuela, de que queremos quedarnos aquí, etc., etc.?

Bueno porque entre las miles de razones que he escuchado que mueven a la gente a irse del país, hubo una que me impactó y me hizo reflexionar sobre lo anterior, sobre nuestros paradigmas de éxito o de felicidad.

Una muchacha pienso que de mi edad, que conocí recientemente y con la que estuve conversando sobre el Plan A, me comentaba que ella quería irse porque sabía que podía ser mucho más exitosa y próspera en otro país. Actualmente tiene un excelente trabajo, donde le va muy bien, económicamente está en una posición aventajada, tiene su novio y piensa formar una familia con él. Sin embargo, está consciente de que puede estar mejor afuera, ganando más dinero, podrían comprar una casa como la que sueñan, tener hijos y educarlos en los mejores colegios. Así, muchísimas razones relacionadas a como ella piensa que debería ser su vida exitosa.

Yo sólo pude decir, tienes razón, si te vas es seguro que vas a alcanzar todo eso que anhelas en lo material. No dudo ni un instante que ganarás el dinero que esperas, podrás comprar tu casa bonita, y te sentirás segura cuando salgas a la calle. Sólo te pregunto algo, ¿eso es realmente lo que te hará feliz? ¿En algún momento te has detenido a escuchar dentro de ti qué es realmente la felicidad que buscas? ¿Está necesariamente en otra parte?

Aún cuando lo he dicho antes, quiero repetir que no tengo ni la más mínima intención de juzgar a nadie que piense que irse del país es la mejor solución para su vida, yo creo totalmente en la libertad que tenemos como seres humanos de pensar y hacer las cosas de acuerdo a  nuestra conciencia.

Sólo coloco sobre el tapete una reflexión, algo que me llevó a pensar en mis propias aspiraciones, en mi búsqueda de la felicidad que es lo más legítimo que tenemos como seres humanos. No todos la encontraremos de la misma manera o en el mismo lugar, pero siempre es útil escuchar las experiencias de los otros, siempre aprendemos algo.

Yo también quiero ser exitosa, en lo personal y lo profesional, y en lo económico también, ¿por qué no querría serlo? Pero hay una premisa para todos esos deseos, yo sé que mi felicidad no depende de un lugar, no depende de una circunstancia, depende de mí.

En lo personal yo trato de tomar todas las cosas de las manos de Dios, todo lo que llega a mi vida y también lo que se va. Pienso que antes de irme del país buscando lo que aquí no encuentro, me esforzaría por buscar mejor. No tanto lo que el país pueda darme si no lo que yo pueda darle a él. Siempre escuché que uno se siente más feliz dando que recibiendo, y cada día lo compruebo. Mi decisión personal de quedarme en Venezuela pase lo que pase está ligada inexorablemente a mi felicidad, y si las circunstancias se tornan difíciles estoy segura de que encontraré la manera para seguir adelante porque mientras mantenga la fe y la constancia, el éxito y la prosperidad llegarán de maneras que tal vez yo misma nunca habría imaginado.

Gracias por hacer “tu parte”

Algunos días atrás, estando yo en mi trabajo, en el momento menos esperado recibí una llamada que, por muy cursi que suene, fue mágica. Era Maite en persona, que me saludaba y quería conversar conmigo sobre el Plan A para su micro en la radio.

Para esta muchacha a la que conocen muchos de ustedes, otros la están conociendo a través de estas páginas, que se lanzó a poner sus ideas en una ventanita de la computadora, que no tiene más intenciones que las de animar a muchos a escoger a Venezuela como su plan A porque de verdad cree en esto, y está aquí trabajando duro todos los días en lo que le toca pero con un sueño más grande en el alma, esta muchacha sintió en ese momento que vamos a llegar lejos porque estamos haciendo esto con el corazón.

Les cuento esto porque para mí, al igual que para muchos de ustedes no es normal hablar por teléfono con Maite Delgado, a quien admiro muchísimo y que con este gesto me enseñó que la humildad es una de esas cosas que jamás podemos perder, sé que leyó la carta que le envié y se sintió identificada porque como siempre lo hemos dicho no somos pocos los que pensamos así, los que hicimos de Venezuela nuestro Plan A. Cuando leyó la última parte de la carta donde digo que seguiré escribiendo y haciendo mi parte, y le agradezco por la labor que está haciendo con sus micros que son siempre constructivos y enfocados a sacar lo mejor de nosotros como ciudadanos, ella dice, “ésta es mi parte”. Eso es exactamente a lo que me refiero con que todos podemos y tenemos que hacer lo que nos toca para construir un mejor país. Tal vez Maite tiene la posibilidad de que mucha gente la escuche, y los mensajes pueden llegar a lugares recónditos; pero cada una de nuestras acciones es un mensaje que sale y no sabemos hasta donde podrá llegar, sólo tenemos que darle el primer impulso.

Caballo viejo caracha!

“Lucero de la mañana, préstame tu claridad, para alumbrarle los pasos a mi amante que se va”,  ¿quién no se emociona cuando escucha esta canción?

El maestro Simón Díaz es uno de esos tesoros nuestros que brillan en el mundo entero y del cual nos sentimos más que orgullosos. Creo que no me equivoco cuando digo que todos sabemos de quien hablo, y sabemos que hizo este hombre durante toda su vida. Sigue entre nosotros, protegido por el amor de su familia y la oración de todos sus “sobrinos” a quienes nos enseñó tanto el tío Simón.

¿Por qué me detengo a hablar un poquito de este personaje? De este gran venezolano que ama a su país como nadie y pasó su vida difundiendo una riqueza cultural que todavía hoy muchos no valoran. Porque hombres como él son los que hacen falta hoy, humildes, sencillos, honestos, trabajadores, enamorados de su tierra, sensibles, y con la determinación de mostrar al mundo las cosas más bonitas que tenemos.

Recientemente tuve la suerte de presenciar un tributo que rinde otro grande de nuestra música, Ilan Chester, al tío Simón. Yo honestamente sólo puedo decir que almas como la de Simón Díaz son el regalo más hermoso que Dios le ha dado a Venezuela. Algunas notas que tomé en el teatro, mientras todavía podía escribir sin que las lágrimas me lo impidieran, son frases que compartió con el público su hija Bettsimar y que me marcaron muchísimo porque tienen la fuerza y la inspiración que hoy me mantienen de pie con este proyecto: “El plan B es repetir el plan A, trabajar, creer, cantar, componer, abrazar a la gente, volver a creer”, “Debemos ser buenos herederos, la herencia está ahí, nosotros debemos honrarla”, en referencia al legado cultural para la humanidad que ha dejado Simón Díaz, no sólo para Venezuela, trasciende a la humanidad.

Somos más de lo que ves hoy querida Venezuela

Somos más que una playa bonita, que unos llanos imponentes o unas montañas mágicas. En algún momento pensé que mostrando esas bellezas naturales nuestras, por las cuales debemos estar infinitamente agradecidos a Dios, podía ser una vía para alcanzar nuestro objetivo con el proyecto Plan A. Hoy no pienso así, porque tengo que insistir en decir que si no somos, entonces tenemos que ser mucho más que eso.

¿Nos merecemos este hermoso país? ¿De verdad nos merecemos la infinidad de cosas por las que somos potencialmente ricos (me refiero a riquezas materiales): petróleo, minerales, atractivos turísticos, etc.?
Si no tuviéramos todo eso, ¿seríamos menos venezolanos?

O por el contrario, ¿estamos conscientes que nuestra principal riqueza tiene que ser nuestra gente, nuestra historia, la sangre india, negra, española, mestiza, que corre por nuestras venas? ¿Fundamos nuestra riqueza en los valores que sembramos en nuestros niños?, los de ayer que hoy somos nosotros, y los de hoy que mañana nos preguntarán ¿qué hiciste por mi futuro?

Mientras escribo estas líneas pienso en cómo haré para sacar de mi alma tantas cosas que quisiera decir, sin sonar demasiado idealista o demasiado “revolucionaria”. ¡Que palabra esta! Cómo nos persigue, nos atormenta, nos produce un sinfín de sentimientos. Pues creo que tengo que atreverme a decir que la única revolución en la que yo creo es la del Amor, la que no necesita usar armas ni mentiras para conseguir sus objetivos. Porque cuando los objetivos son el bien común, la igualdad de oportunidades, la educación para promover el pensamiento libre, la formación para el trabajo, y así todas esas cosas que hacen de la convivencia humana algo “extraordinario”; las ideologías dejan de ser imposiciones si no propuestas, las batallas son de ideas no de balas, el diálogo es la premisa no la intransigencia. Nadie tiene que temerle a estas cosas, todos los seres humanos en lo más profundo de nuestro ser tenemos la semilla del bien, y anhelamos vivir sobre esta tierra en paz. Y pienso que en nuestro pedacito de tierra, llamado Venezuela, no es una locura aspirar a estas cosas.

Pero ojo, no nos equivoquemos en pensar que nuestros problemas sólo giran en torno a un Gobierno, y que será otro gobierno el que nos salve. Eso no ha sido, ni es, ni será así nunca. Hasta que no nos grabemos en el corazón y en la mente que somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de cambiar las cosas, nada va a pasar. Cambiarán las caras y tal vez (ojalá) los discursos y las acciones, pero nuestra mentalidad como pueblo seguirá dependiendo de que alguien más nos dicte la pauta, nos indique el camino. En cambio podemos ser nosotros mismos quienes hagamos el mapa para llegar a donde queremos, y le indiquemos a esos líderes que estarán ahí para marcar la ruta que nosotros escojamos, que trabajarán para que el pueblo llegue a donde se proponga llegar y más allá.