Cuando por fin he logrado poner
cierto orden en mis pensamientos que desde hace varios meses no hacen más que
chocar entre sí, confinados a un pequeño espacio físico llamado cerebro,
quisiera al menos hacer el intento de narrar cronológicamente lo que desde mi
percepción hemos vivido como país en este período de tiempo que en el
calendario se ve corto pero sobre la espalda pesa toneladas.
La última semana del año pasado según
mis planes sería de vacaciones, en un lugar tranquilo donde podría relajarme
para recibir el año con nuevas energías. El plan se cumplió casi perfectamente,
pero la ansiedad que me producía la situación en Venezuela (¿o en Cuba?) con la
salud del Presidente era muy fuerte. Varios días sin poder desconectarme de las
noticias, con el presentimiento de que algo había pasado y no lo supimos.
Comenzó el 2013 con muchas
sombras, pasaron tres meses hasta que anunciaron lo que ya muchos sabían: Hugo
Chávez dejó de existir. Nadie puede decir que esa noticia
no lo afectó de alguna manera. Algo increíble, impensable, inexplicable. Chávez
no está.
Por primera vez me atreví a
asistir a un “acto” del Gobierno, a la reunión del pueblo para despedir a su Presidente.
Varias razones me motivaron a hacerlo, entre ellas presenciar un momento que
quedará en la historia moderna de Venezuela, también para ver y escuchar en
vivo a la gente, a mis hermanos chavistas, tratar de entender su dolor; salir a
encontrarme con la Venezuela que no me gusta pero que sin ninguna duda existe.
La cadena de acontecimientos
posteriores fue cruel y violenta con lo que uno entiende por República. Poderes
públicos al servicio de un partido, de una revolución, así llegó un Presiente Encargado
que sería inmediatamente candidato presidencial (luego de ser ungido por el
mismo Chavez como su sucesor y heredero político).
Diez días de campaña electoral,
algo sin precedentes en el país. Henrique Capriles aceptó el reto, consciente
de todo lo que tenía en contra. Una campaña electoral por la Presidencia de la
República Bolivariana de Venezuela y Hugo Chavez no es candidato, muchos
todavía no lo podíamos creer.
Días antes de las elecciones
publiqué una carta dirigida a mis hermanos chavistas, no era propaganda
electoral, era un pequeño gesto de acercamiento para reflexionar juntos sobre
lo que estaba pasando y lo que estamos viviendo todos por igual en este país.
Además de publicarlo en el blog hice una experiencia diferente, que hoy valoro
muchísimo porque me dejó unas cuantas lecciones. Decidí imprimir la carta y
repartirla, salir del ciberespacio, del mundo paralelo donde muchos nos
refugiamos. Porque mi intención al escribirla era que llegara ciertamente a las
manos de al menos un chavista de verdad, del que padece a diario la realidad de
la calle.
El día que finalmente pude hacerlo fue el viernes, utilizando un día
de mis vacaciones para ausentarme del trabajo y dedicarme a esta tarea. Sin
embargo, ya había terminado la campaña electoral y por más que el contenido de
mis hojitas no fuera propaganda me pareció peligroso exponerme a una situación
incierta en la calle repartiéndola. Lección uno, tenemos miedo. Yo no estaba
haciendo nada ilegal, pero no era necesario tentar a la suerte y meterme en
problemas que podrían impedirme lo más importante: votar el domingo. Fue así
como pude convertir el miedo y la frustración en creatividad, se me ocurrió
montarme en el metro y dejar las hojitas en los asientos tratando de pasar
desapercibida, dejarlas en algunos sitios públicos, en las bancas de las aceras
y plazas, en las camioneticas de transporte público.
Confieso que cuando salí a
la calle entré en pánico, con mi bolsito lleno de material que podría
considerarse como subversivo, ahí me di cuenta de la paranoia que han logrado
sembrar en mi mente. Fue una lucha conmigo misma para no rendirme, se me
ocurrió comenzar con algo que podía pasar más desapercibido y me fui a un centro
comercial exageradamente concurrido en esta ciudad donde me dediqué a entrar a
todos los baños en todos los pisos dejando las hojitas en cada cubículo.
Pensaba: si al menos una persona lo toma y lo lee habré cumplido mi misión. De
regreso a mi casa me subía en las camioneticas, me sentaba, dejaba la hojita en
el asiento y me bajaba, por supuesto pagando mi pasaje. Al día siguiente logré
cumplir con la meta original: el metro. Fui de un extremo a otro de la ciudad
unas cuantas veces, llegaba a la última estación donde todos se bajan y en ese
momento dejaba hojitas en los asientos y me salía del vagón para entrar en
otro. También cuando encontraba la oportunidad las colocaba discretamente en el
asiento y me bajaba rápido en cualquier estación para cambiar de tren. Así pasé
varias horas del sábado preelectoral, no podía quedarme a ver las reacciones
pero sé que varias personas la tomaron y estoy segura que al menos una la tuvo
que haber leído completa. Lección dos: la libertad se defiende con creatividad
también. Esa pequeña aventura que decidí hacer me dio la oportunidad de salir
de la burbuja en la que muchas veces me encuentro viviendo.
El 14 de abril de 2013 Venezuela
fue a votar. Hubo resultados contundentes, tanto los “oficiales” como los
verdaderos. Capriles no reconoció los números del Consejo Nacional Electoral
(por primera vez no fue un rumor de fraude, fue una exigencia contundente a
revisar (auditar) todo el proceso. Otra semana de sobresaltos, los primeros
días fueron tan intensos que llegué a pensar que la explosión sería inminente. Pienso
que una prueba del liderazgo que supo ganar Henrique Capriles con esfuerzo y
coherencia fue contener la furia alimentada de impotencia y humillación que
parecía haberse apoderado de muchos (incluyéndome), lograr que el mensaje de no violencia y de
resistencia pacífica nos uniera para seguir esta lucha que evidentemente no
terminaba ahí y no ha terminado aún. Honestamente no sé si hemos podido digerir
una cuarta parte de lo que hemos vivido como nación en los últimos meses.
Cada quien reflexiona como puede
o como quiere, yo la verdad he pasado momentos muy duros, momentos en los que
hubiese preferido bloquear la mente y no preocuparme, otros en los que no atiné
a decir una palabra porque no podía si quiera armar una oración coherente.
Sin embargo, en medio de ese
laberinto en lo que se había convertido mi cabeza, hubo algo claro, una bandera
que siempre podía ver aún si me sentía perdida; la de la resistencia pacífica.
Hoy cuando la situación muy lejos
de mejorar se ha vuelto más complicada, difícil, dura y cruel, esa bandera es
lo único que tengo, me aferro a ella para no caer en el precipicio. Ojalá
pudiera tatuármela en la frente para poder expresarme cuando salgo a la calle,
para sentirme verdaderamente libre. Me declaré en resistencia pacífica desde el
15 de abril y hasta que triunfe la verdad, tengo la bandera de Venezuela
colgada en mi balcón desde ese día. No pienso dejar que gane el miedo y la
decepción porque si sigo aquí es para luchar, buscando la manera de expresarme
siempre pacíficamente sin dejar de cumplir con mis responsabilidades.
Saber lo que pasará es imposible
para mí, los analistas plantean escenarios y es bueno conocerlos por cultura
general pero después de todo lo que ha tenido que vivir (o sufrir) este país la
incertidumbre se ha convertido en fiel compañera.
La única manera que he encontrado
para mantenerme medianamente cuerda en medio del caos ha sido enfocarme en la
resistencia pacífica. Defender la libertad, la justicia, la verdad, siempre
desde la paz. Para mí resistencia pacífica significa no rendirse, no bajar la
cabeza, no entregarse, no resignarse. Es dar un paso hacia adelante que exige
más responsabilidad, esfuerzo, coherencia, fe, compromiso. Me atrevo a dar este
paso porque no hay excusa posible ni fecha de vencimiento para esta lucha.
Decido escoger este camino porque de otra forma no me sentiría digna de tener
una cédula de identidad que dice que soy venezolana.
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