Tenía una historia archivada en
la memoria y en los cuadernitos donde a veces escribo desordenadamente para no
dejar morir los recuerdos. Con tanta información bombardeándome los días no
encontré la tranquilidad necesaria para sentarme a contarla enseguida. Pero
siempre estuvo ahí, asomándose terca para que la dejara salir.
Comienza con la decisión de
continuar conociendo mi país, llegar a lugares prácticamente escondidos,
conocer a su gente, saber cómo viven y salir por unos días de esta realidad
asfixiante.
Esta vez me iré a la selva, será
una excursión a través del río Caura (estado Bolívar). Después de la
experiencia del año pasado en Roraima, no se me ocurrió mejor plan para esta
Semana Santa.
El primer día llegamos a Ciudad
Bolívar, donde en pocos minutos recorrí brevemente el casco histórico y logré
entrar a la casa del Congreso de Angostura antes de que cerrara (lo cual
ocurrió justo al salir). Mi afición por conocer lugares históricos se vio algo
golpeada al encontrar una gran fotografía del presidente Chávez (recién fallecido)
en uno de los salones, custodiada por banderas y por demasiada parafernalia. Paciencia
me dije, esto pasará. Pasamos la noche en una posada bellísima, con estilo
colonial y muy bien decorada.
Pero realmente la aventura
comenzaría al siguiente día, cuando emprendimos el viaje por tierra desde
Ciudad Bolívar a Maripa, poblado donde nos esperaba la curiara para remontar el
río en los días por venir.
Luego de varias horas, muchas
horas, navegando contra la corriente, con la curiara cargada de gente, provisiones
y emociones, aproximadamente a las 6:00 pm llegamos al campamento “Las Cocuizas”,
en la rivera del río. El cielo naranja, una luna tímida y los sonidos de la
selva nos reciben. Nos damos un baño nocturno en el río, luego me relajo en un
spa natural sobre las piedras calientes.
Son las seis de la mañana y puedo
ver los colores que trae el día, el sol hace brillar el río, desde la hamaca
con un ojo abierto y el otro aún dormido me quedo admirando el espectáculo.
Antes del desayuno María, la
señora que se encarga del campamento nos contó su vida mientras un venado se
asaba en las brasas. Tiene 10 hijos: 7 paridos y 3 adoptados. Todos estudian.
En su casa hay una planta eléctrica y sus hijos pueden ver películas, los otros
niños vienen. Pero ella quiere que todos puedan tener electricidad en su casa,
“hay que organizarse”, dice. También María me enseña una palabra: conuquear,
que significa trabajar en el conuco. Es decir trabajar la tierra para obtener
sus alimentos, me cuenta que a sus hijos les dice que estudien para que no
tengan que pasar la vida conuqueando como ella. Esta zona es habitada en su mayoría por
indígenas de la etnia Yekuana.
Luego del desayuno volvemos a
nuestra curiara y seguimos el camino emocionante hacia El Playón, nuestra
próxima posada. Pasamos tramos del río
donde la corriente es más fuerte y violenta, aquí nuestro capitán demuestra
su experticia para pasar entre las piedras o sobre ellas sin mayores percances.
En el grupo está una familia
holandesa que vive en Caracas pero pronto se despedirá de Venezuela. Están
haciendo este viaje con sus tres niñas y luego seguirán hacia La Gran Sabana. El
papá nos dice en algún momento que no somos venezolanos normales porque
preferimos venir aquí en vez de irnos a la playa en Semana Santa. Puede que
tenga razón.
En el recorrido me acompaña un paisaje
verde, árboles imponentes y majestuosos
como rascacielos, yo solo puedo decir en mi mente “mucho gusto señora Selva”.
Llegamos a una gran orilla que
parece ser el final del río, con arena blanca como de playa y la selva espesa
detrás. Pero ese no es el final, el río sigue a un lado solo que no se puede
continuar la navegación porque es una caída con una pendiente pronunciada y la
corriente se pone peligrosa.
La comunidad de El Playón es la más
grande de la zona, hay varias churuatas tanto para turistas como para las
personan que aquí viven. Desde el río vimos marcas de tractor en la arena,
¿porqué? ¿Cómo llegó esto hasta aquí? Fue una sensación extraña, esas marcas en
la arena distorsionaban el paisaje, pero ahí estaban.
En la pequeña aldea hay dos tienditas
donde venden una cantidad de cosas que no esperaba encontrar en un lugar tan
remoto de la “civilización”. Cuentan con planta eléctrica también, tienen baños
públicos para los turistas. Hay un televisor donde todos se reunieron a ver el
juego de la Vinotinto contra Colombia, esa noche ganó Venezuela y tuve la oportunidad de celebrarlo
con unos venezolanos muy especiales, los yekuana. La verdad tuve que reprimir
mis emociones porque ellos no son muy expresivos, pero fue bastante divertido
para mí entender que aunque no celebráramos igual todos estábamos felices por el
triunfo de la Vinotinto.
Me encantó tu relato. También soy obsesionada por los lugares históricos y por conocer los rincones escondidos de mi país, Colombia. Un abrazo.
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