domingo, 2 de junio de 2013

El río, la selva y la luna…Capítulo 1

Tenía una historia archivada en la memoria y en los cuadernitos donde a veces escribo desordenadamente para no dejar morir los recuerdos. Con tanta información bombardeándome los días no encontré la tranquilidad necesaria para sentarme a contarla enseguida. Pero siempre estuvo ahí, asomándose terca para que la dejara salir.

Comienza con la decisión de continuar conociendo mi país, llegar a lugares prácticamente escondidos, conocer a su gente, saber cómo viven y salir por unos días de esta realidad asfixiante.

Esta vez me iré a la selva, será una excursión a través del río Caura (estado Bolívar). Después de la experiencia del año pasado en Roraima, no se me ocurrió mejor plan para esta Semana Santa.

El primer día llegamos a Ciudad Bolívar, donde en pocos minutos recorrí brevemente el casco histórico y logré entrar a la casa del Congreso de Angostura antes de que cerrara (lo cual ocurrió justo al salir). Mi afición por conocer lugares históricos se vio algo golpeada al encontrar una gran fotografía del presidente Chávez (recién fallecido) en uno de los salones, custodiada por banderas y por demasiada parafernalia. Paciencia me dije, esto pasará.  Pasamos la noche en una posada bellísima, con estilo colonial y muy bien decorada.

Pero realmente la aventura comenzaría al siguiente día, cuando emprendimos el viaje por tierra desde Ciudad Bolívar a Maripa, poblado donde nos esperaba la curiara para remontar el río en los días por venir. 


Luego de varias horas, muchas horas, navegando contra la corriente, con la curiara cargada de gente, provisiones y emociones, aproximadamente a las 6:00 pm llegamos al campamento “Las Cocuizas”, en la rivera del río. El cielo naranja, una luna tímida y los sonidos de la selva nos reciben. Nos damos un baño nocturno en el río, luego me relajo en un spa natural sobre las piedras calientes.

Nuestro campamento consiste en varias churuatas donde se guindarían las hamacas, un espacio apropiado para cocinar, y algo que no me esperaba: un baño con todas las de la ley. Reconozco que después de Roraima no me preocupan mucho esas cosas, pero contar con un baño decente le alegra la vida a cualquiera. En el campamento hay una planta eléctrica también, así que es prácticamente un hotel cinco estrellas. Me voy a dormir feliz, por primera vez sé cómo se oye la noche en la selva.

Son las seis de la mañana y puedo ver los colores que trae el día, el sol hace brillar el río, desde la hamaca con un ojo abierto y el otro aún dormido me quedo admirando el espectáculo.

Antes del desayuno María, la señora que se encarga del campamento nos contó su vida mientras un venado se asaba en las brasas. Tiene 10 hijos: 7 paridos y 3 adoptados. Todos estudian. En su casa hay una planta eléctrica y sus hijos pueden ver películas, los otros niños vienen. Pero ella quiere que todos puedan tener electricidad en su casa, “hay que organizarse”, dice. También María me enseña una palabra: conuquear, que significa trabajar en el conuco. Es decir trabajar la tierra para obtener sus alimentos, me cuenta que a sus hijos les dice que estudien para que no tengan que pasar la vida conuqueando como ella.  Esta zona es habitada en su mayoría por indígenas de la etnia Yekuana.

Luego del desayuno volvemos a nuestra curiara y seguimos el camino emocionante hacia El Playón, nuestra próxima posada.  Pasamos tramos del río donde la corriente es más fuerte y violenta, aquí nuestro capitán demuestra su experticia para pasar entre las piedras o sobre ellas sin mayores percances.

En el grupo está una familia holandesa que vive en Caracas pero pronto se despedirá de Venezuela. Están haciendo este viaje con sus tres niñas y luego seguirán hacia La Gran Sabana. El papá nos dice en algún momento que no somos venezolanos normales porque preferimos venir aquí en vez de irnos a la playa en Semana Santa. Puede que tenga razón.

En el recorrido me acompaña un paisaje verde,  árboles imponentes y majestuosos como rascacielos, yo solo puedo decir en mi mente “mucho gusto señora Selva”. 



Llegamos a una gran orilla que parece ser el final del río, con arena blanca como de playa y la selva espesa detrás. Pero ese no es el final, el río sigue a un lado solo que no se puede continuar la navegación porque es una caída con una pendiente pronunciada y la corriente se pone peligrosa.


La comunidad de El Playón es la más grande de la zona, hay varias churuatas tanto para turistas como para las personan que aquí viven. Desde el río vimos marcas de tractor en la arena, ¿porqué? ¿Cómo llegó esto hasta aquí? Fue una sensación extraña, esas marcas en la arena distorsionaban el paisaje, pero ahí estaban.


En la pequeña aldea hay dos tienditas donde venden una cantidad de cosas que no esperaba encontrar en un lugar tan remoto de la “civilización”. Cuentan con planta eléctrica también, tienen baños públicos para los turistas. Hay un televisor donde todos se reunieron a ver el juego de la Vinotinto contra Colombia, esa noche ganó  Venezuela y tuve la oportunidad de celebrarlo con unos venezolanos muy especiales, los yekuana. La verdad tuve que reprimir mis emociones porque ellos no son muy expresivos, pero fue bastante divertido para mí entender que aunque no celebráramos igual todos estábamos felices por el triunfo de la Vinotinto.

1 comentario:

  1. Me encantó tu relato. También soy obsesionada por los lugares históricos y por conocer los rincones escondidos de mi país, Colombia. Un abrazo.

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