Palabras desordenadas e insistentes: inseguridad, miedo, muerte, resignación.
Un número más. ¿Porqué contar los muertos?
Tengo que dejar un testamento porque hoy puedo no volver a casa.
No quiero que me llores, yo lloro por ti.
Nadie vale más que nadie.
La vida y la muerte.
Esa noche al volver a casa me estaba esperando el monstruo
en la complicidad de la noche y el silencio. Los segundos iniciales iban a
marcar mi destino, la vida o la muerte. Pude mantener la calma por razones que
desconozco, los nervios y el terror no le ganaron la batalla a mis ganas de
vivir y al instinto de supervivencia. Diálogos bizarros, palabras como una
pelota de ping-pong iban y venían, preguntas rápidas y respuestas cortas; ¿dónde
vives? ¿con quien? ¿quién te regaló ese reloj? ¿dónde trabajas?
Una frase sin pensar, cambió la actitud de mis captores: mi
mamá se me acaba de morir y ahora me pasa esto…no era verdad, no sé porqué lo
dije pero salió de mi boca. Cálmate que no te va a pasar nada mami, déjanos
pensar que vamos a hacer contigo. La película de mi vida frente a mí, éste
puede ser el final. Ya no me apuntaba la pistola en el estómago, la guardó y me
tapó con una chaqueta en el puesto trasero de mi carro. Desde lo último que
pude ver y guiándome por la brújula interna sabía que estábamos saliendo de
Caracas en dirección noreste. Un camino rústico, al rato nos detuvimos. Pasó
una hora, surgieron conversaciones donde participé con miedo pero tranquila.
Nosotros hacemos esto porque nadie nos da trabajo, no pudimos estudiar, y así
un guión al mejor estilo de la película “Secuestro Express”. Yo solo pensaba,
no me quiero morir así, y si me dejan aquí que voy a hacer, no me sé el teléfono
de nadie y mi familia está lejos, en otra ciudad. Piensa, cálmate, respira,
sigue pensando. Todas las oraciones que me sé y las que no también las repetí
mil veces. Recordé un número telefónico, ahora no se me puede olvidar y lo
repito mentalmente hasta el cansancio. Les dije ustedes se arriesgan demasiado,
pueden morir en cualquier momento y quien va a ayudar a esa familia por la que
dicen estar haciendo esto. No les demostré odio porque no lo sentía, y el miedo
que dejé salir fue en muchos momentos fingido para hacerles sentir que tenían
el poder, lo cual era la única verdad en ese momento, ellos iban a decidir
hasta cuando podía yo respirar y seguir con vida. Es hora de regresar me dicen,
relájate que no te vamos a hacer nada. Hasta bromearon conmigo, y con la
posibilidad de que nos volviéramos a encontrar en un atraco, “nos vamos a
rumbear contigo vale” y yo: si claro, por dentro quería llorar y gritar.
Así terminó la historia en una calle solitaria cerca de mi
casa “para que no me fuera a perder”, me dejaron en mi carro y se fueron con
sus panas en otro carro que siempre nos estuvo siguiendo. Antes de irse uno de
ellos volvió para pedirme disculpas porque habían botado mi monedero cuando el
cajero no quiso darles plata, esto no puede ser verdad decía en mi cabeza. Chao
pues, acuérdate que sabemos dónde vives, no te vayas a poner cómica yendo a la
policía. Está bien, gracias por dejarme vivir, que Dios los proteja. Se
llevaron mi teléfono, mi reloj, mi cadena y el poco dinero que tenía. Esa fue
la despedida y luego vino el terror, las lágrimas, los gritos dentro del carro,
la tembladera y el shock emocional.
He contado esa experiencia muchas veces, nunca pensé en
escribirla aquí. Pero en las últimas semanas no he dejado de pensar en este
tema, no es que antes no lo hiciera porque es parte de nuestra vida
lamentablemente. Creo que últimamente el miedo se está asomando con mucha más
frecuencia, y parece una locura pero antes de que algo pueda pasarme quería
dejar dicho lo que pienso y lo que siento, porque no es justo que nos vayamos
sin derecho a réplica, sin la oportunidad de hacer valer nuestros derechos,
nuestro derecho a la vida por ejemplo.
Veo que se dicen muchas cosas, hay estadísticas, cifras
(oficiales o no), unos culpando a otros sobre “la inseguridad” ¡Qué bonita
palabra esa! Esa palabra no describe lo que estamos experimentando todos,
absolutamente todos los que vivimos y morimos en Venezuela día tras día. El
mismo miedo que siento yo llegando a mi casa después del trabajo, lo siente la
madre esperando al chamo que viene de la escuela o la universidad, en un barrio
o una urbanización, en un rancho o una mansión, el miedo es el mismo y quema el
alma. No importa si el carro está blindado o si tengo guardaespaldas, hay una
bala con mi nombre y en cualquier día nos encontramos.
Solía no pensar demasiado en estas cosas porque confieso que
es mi punto débil, y la verdad que lo que me pase a mi no es mi mayor
preocupación, es mi familia, mis afectos más cercanos. Sólo imaginar que el
monstruo los encuentre y pueda hacerles algo, que tengan que vivir el terror de
enfrentar una muerte violenta, eso simplemente me paraliza. Pero decidí luchar
contra mis propios miedos y no dejar que me aplasten.
Yo sé que no puedo hacer nada concreto para cambiar esta
situación, no está en mis manos. Tampoco pretendo encerrarme en una prisión
imaginaria, de donde no puedo salir a caminar mis calles, ni siquiera a comprar
pan en la esquina porque me pueden atracar. Sólo sé que no me pienso resignar a
esto, no pienso callar mi voz porque no sea conveniente criticar tanto, esto no
es justo con nadie. A mí me duele cada número de esos, no me importa quién era
o qué pensaba esa persona que murió anoche víctima de la violencia sin sentido,
de la delincuencia común u organizada, como quieran llamarle. No voy a permitir
que la dinámica política que estamos viviendo me haga perder el norte, quisiera
ver despertar a esta sociedad que parece haber hecho un trato con la oscuridad:
apenas tú llegues yo me escondo, y si me agarras en la calle tienes todo el
derecho de matarme porque yo no debía estar ahí.
Mis decisiones personales van acompañadas de la responsabilidad
que adquiero al tomarlas, quedarme en Venezuela es una de ellas. No quiero
encontrarme con esa bala que me busca, mi sentido común, Dios y la Chinita me
protegen. Pero si llega ese día, aquí estaré y el mundo seguirá girando. Los
venezolanos no podemos quedarnos inmóviles ante la desgracia que vivimos, es
una tragedia ver caer a tantos inocentes, nosotros somos responsables y
cómplices también aunque suene duro, si nos callamos y nos escondemos. Las
calles son nuestras, tengamos la dignidad de defender nuestro derecho a la
vida, a la paz, a la tranquilidad. No sé cómo lo vamos a hacer pero si no
comenzamos por despertar y alzar la voz, la ola de tinieblas nos arropará.
Que el Gobierno sepa que aquí hay un pueblo que no se
resigna perder sus espacios, no se trata de ser opositor u oficialista, el
monstruo no te pregunta eso antes de disparar. No me importa el color de tu
camisa, no te quiero ver morir.
A todos los que se han encontrado con la señora “inseguridad”,
a los que han perdido alguien querido, los que hoy esperan la llamada del
secuestrador para negociar la vida de un familiar, a los que les tocó visitar
la morgue para reconocer un cuerpo…todos están en mis pensamientos, en mis
oraciones y por ustedes no voy a renunciar al sueño de que las cosas puedan cambiar.
No sé si sirve de algo realmente, ¿quién soy yo? Mientras haya esperanza en un
corazón la batalla no estará perdida, ojalá sean muchos los corazones
esperanzados y valientes en Venezuela.
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