Se me han ido ya muchos días con
sus noches, tratando de descifrar este misterio llamado Venezuela, el intento
de país en el que se ha convertido el mío.
Demasiadas preguntas sin
respuesta, dentro de mí y también desde fuera. Tal vez la más retadora ha sido
¿por qué no te vas de una vez?
Estaba segurísima de poder
responder esa pregunta rápidamente, sin embargo no, no fue tan fácil.
La empresa para la cual trabajo,
el lugar donde me he desarrollado profesionalmente durante casi 12 años, que
significaba para mí la seguridad de recibir lo que merezco por mi esfuerzo y
capacidad, en este momento está amenazada de muerte. Por razones no del todo
claras el gobierno venezolano decidió llevar a otro nivel su batalla contra
Polar, prácticamente ha decretado la guerra a muerte. Más allá de que se lleva
por el medio a mucha gente que lo único que sabe hacer es trabajar,
honestamente, sin tinte político, porque en Polar se trabaja (cosa que parece
ya un absurdo en la lógica general de la burocracia que gobierna). Eso
aparentemente es lo de menos, la gente.
La historia corta es que el
gobierno no autoriza la adquisición de divisas (moneda extranjera, dólares,
euros) para la compra de las materias primas importadas necesarias en los
procesos productivos. Por esta sencilla razón se encuentra detenida la
fabricación de una variada gama de productos, entre ellos la cerveza.
No pienso hacer una exposición de
las implicaciones de esta situación, basta con decir que son muchas más de las
que imagina cualquier persona que solo ve una empresa que fabrica cosas y las
vende. Este no es el caso de Polar, pero si así lo fuera es igualmente injusto
lo que está pasando, sólo imaginable dentro de las grandes metas planteadas por
este pseudo-socialismo tropical que hoy lamentablemente padecemos
(literalmente) los venezolanos, la destrucción de toda idea que implique progreso
y superación de las personas a través de su propio esfuerzo.
Retomando aquella pregunta que no
pude responder con tanta facilidad como esperaba, el hecho de trabajar en una
empresa como Polar indudablemente ha influido en mi decisión de permanecer en
este país. Sin embargo, percibir el peligro que representan estas amenazas que
han pasado a ser hechos reales, vivir de cerca la imposibilidad de continuar
trabajando normalmente porque no tenemos con qué producir, y sobre todo manejar
la incertidumbre de una fecha inexistente para volver a arrancar, es duro y
puede llegar a ser desmoralizante.
Es en estas circunstancias donde
al ser cuestionada sobre mi idea loca de quedarme en Venezuela, en esta
Venezuela de hoy, aun sabiendo que podría perder mi trabajo, no tuve muchos
argumentos para responder y solo atiné a decir no me voy porque no quiero.
Celebro la valentía de quien
agarra su vida, la mete en la maleta y arranca. De verdad, no estoy siendo
irónica. Hoy en día me pregunto ¿por qué carajo a mí no se me hace fácil? No
tengo la respuesta, pero tengo la certeza de que solo quiero estar aquí. Y esa
certeza va más allá de tener la seguridad de un buen trabajo, cosa que
difícilmente pueda valorarse así hoy en este país. Yo no estoy esperando ganar
un premio por permanecer en Venezuela mientras muchos a mi alrededor se van,
simplemente hago lo que me exige mi corazón, quedarme aquí para ayudar a reconstruir
lo que quede, para aliviar aunque sea una mínima parte del dolor que siente hoy
tanta gente, pero también para disfrutar del paisaje que amo, del clima que me
gusta, de los chistes que salen solos aun en los peores momentos, de los
sabores que me endulzan la vida aunque sea difícil conseguir la comida.
Pero
por encima de todas esas cosas, me quedo porque aquí soy feliz. El día que eso
cambie y sienta que mi felicidad se quiere mudar a otro sitio, seguramente iré
tras ella porque la vida es un ratico como dice Juanes en su canción, un ratico
nada más. Este ratico yo quiero vivirlo aquí, vivir la historia en primera
persona, tener cerca a los míos y ayudarnos entre todos a seguir adelante,
saber que en este período de la historia de Venezuela que seguramente dará
tanto de qué hablar en el futuro, este país no desapareció, su gente superó
dificultades y aprendió de sus errores. Muchos venezolanos seguirán regados por
el mundo mañana, llenándolo de arepas, de hallacas, de joropo, de gaitas y de
nuestro guaguancó, haciéndonos sentir orgullosos de una bandera que nos une.
Mientras tanto seguiré luchando
por mi trabajo, junto a muchos más que sabemos la importancia de empresas como
Polar para el país, sobre todo para el país que debemos volver a levantar pronto.
Estoy convencida de que la verdad triunfará, pero también sé que el camino
puede ser largo y agotador. Así que debo administrar las energías como hacen
los maratonistas (obviamente no es mi caso pero sirve la comparación), llegarán
los metros finales y entonces allí el remate será para triunfar.
Hoy no quiero ser pesimista, no
me da la gana. No quisiera regalarle ni una línea a quienes quieren robarnos la
esperanza, la alegría, las ganas de soñar. No me permito odiar a nadie, sólo
Dios sabe cuánto sufrimiento han causado quienes en su pequeñez se empeñaron en
hacer prevalecer sus anacrónicas ideas sobre un pueblo que lo único que quería
era que le hablaran con la verdad y lo ayudaran a superarse. Hoy están ahí,
creyendo que nos dominan, pero la realidad los hará despertar de su sueño
(nuestra pesadilla), y las cosas cambiarán, no tengo ninguna duda. Yo quiero
estar aquí cuando eso pase, pero sobre todo quiero estar aquí para contribuir a
que pase pronto.